La infectóloga Cristina Miglioranza recuerda el comienzo de la pandemia desde lo profesional y lo personal. "Fue una carga emocional terrible. Cuando se les informaba el diagnóstico, los pacientes lloraban en mí teléfono, pensaban que se tenían que despedir de los hijos", cuenta.
Por Natalia Prieto
La pandemia de coronavirus afectó a todo el mundo, pero especialmente al personal de salud que estuvo en la primera línea desde el minuto cero, teniendo que compatibilizar la vida profesional con la familiar en medio de un mar de incertidumbre. Uno de los tantos casos es el de la doctora Cristina Miglioranza, jefa de Infectología en el Hospital Interzonal General de Agudos (HIGA) y en la clínica Pueyrredon, que no duda en calificar al año que pasó como “extremadamente difícil para toda la humanidad, cada uno en el lugar que le ha tocado vivir”.
Y, en ese sentido, confiesa que “como médica especialista en Infectología fue un impacto muy grande, tanto en lo profesional como en lo personal”. Casada, madre de dos hijas de 19 y 22 años, tiene un padre viudo de 82 años que vive solo y hermanos, con quienes no compartió encuentros presenciales ya que resultó imposible verse. “El 15 de marzo pasado uno de mis colegas de la Pueyrredon me llamó por un paciente que había venido de España con síntomas compatibles. Entonces hablé por teléfono con este señor un rato largo y mientras él esperaba la ambulancia yo iba para la clínica y pasé por lo de mi padre”, le cuenta Miglioranza a LA CAPITAL.
El relato del recuerdo se interrumpe por la emoción, a un año del hecho. “En ese momento lo abracé y le dije ‘esto comienza ahora y no sabemos cómo termina’. Durante todo el año prácticamente no lo vi de manera presencial. Así empezó la historia de la pandemia para mí”, recuerda.
En el plano profesional, describe que “fue un trabajo enorme, una demanda permanente”. “Esto requirió un compromiso y una entrega que sin responsabilidad no podríamos haber hecho este trabajo en forma conjunta en equipo”, dice.
A su vez, resaltó “la posibilidad de trabajar con gente extraordinaria, tanto en el hospital como en la clínica, compactos. Trabajamos sin horarios, nos levantábamos muy temprano para la asistencia de los pacientes, para responder las consultas de los pacientes, colegas, autoridades de cada institución, de la prensa, de los amigos, de la familia, en forma permanente”.
Miglioranza cuenta que además debían “revisar la información que surgía como catarata y que se generaba en diferentes lugares del mundo”, aunque rescata que “afortunadamente la ciencia fue compartiendo la información como nunca pasó en la historia”.
Claro que todo ese caudal de data se volvió “difícil de procesar”. “Una de las cosas que marcaron esta pandemia fue la dinámica con que se fueron dando las cosas: la llegada de la información, el conocimiento, la incertidumbre. Cuando no había respuestas había que ir buscándolas en el paso a paso”, explica.
La dinámica laboral hubiese sido imposible de sobrellevar sin la coordinación de los trabajos en conjunto, por eso la especialista también agradeció al “equipo de clínica médica, que se organizaron y pusieron el tiempo a disposición de los pacientes, residentes, el personal de las guardias externas que fueron de los más expuestos y no solo donde yo trabajo, sino también en otras instituciones”.
“Hubo un grupo grande de descreídos y desde la medicina nos costaba comprenderlo, sobre todo cuando uno está inmerso en la muerte, los respiradores, las familias angustiadas”.
“El personal de terapia intensiva se llevó la parte más dura, teniendo que enfrentar más mortalidad, asistiendo a la familia distante. Se trabajó sábado, domingo, feriados, hablando en línea, por Zoom, a cualquier hora. Honestamente fue un año agotador”, recuerda.
La ex presidente de la Sociedad Marplatense de Infectología no se contagió de Covid. “Afortunadamente no adquirí el virus, no tuvimos en mi equipo fallecimientos como en otros lugares, aunque sí tuvimos infectados”, dice.
Las estadísticas muestran la actual situación epidemiológica en la ciudad como “más tranquila”, ya que si bien “hay pacientes internados, hay capacidad de respuesta del equipo sin dificultades”, asegura la profesional. Y agrega: “Transcurrió mucho tiempo y la pandemia ha desgastado a la sociedad en general. Hubo un grupo grande de descreídos y desde la medicina nos costaba comprender la negación o el descreimiento de la sociedad, sobre todo cuando uno está inmerso en la muerte, los respiradores, las familias angustiadas”.
En ese sentido, reseña: “Nos resultaba increíble que hubiera gente que dudara de la existencia de esta situación terrible que azotó a toda la humanidad”.
En cuanto a la situación actual aclara que está “más tranquila” y rescata: “No hemos bajado los brazos, no nos hemos rendido”. “Estamos esperanzados en que se pueda concretar una vacunación con equidad para toda la población haciendo foco en los grupos de riesgo. Todavía no está, lamentablemente, todo el equipo de salud vacunado como ya debería estar en esta época”, dice.
Miglioranza ya se vacunó. “Entendí que era la única manera de poder transitar un camino para salir de esta situación. En cuanto estuvo disponible y pude acceder a través del algoritmo me vacuné, en enero pasado”. De todas formas recuerda que “en los sanatorios privados falta mucha gente por vacunar”.
Asimismo, de cara al futuro advierte “cierta preocupación” por la variante de Manaos, ya que “aún hoy no hay certeza de que las vacunas disponibles tengan la misma eficacia sobre esta variante que sobre el virus original”. “Es la variante que desestabilizó el sistema de salud en Brasil y por proximidad regional es muy probable que la tengamos en el país en unas semanas”, sostiene. Por esa razón insiste con la continuidad de las medidas preventivas conocidas.
Cotidianeidad
A su labor profesional, Miglioranza le sumó la vida familiar con su marido y sus dos hijas adolescentes que, como todo el mundo, vieron cambiada completamente su vida.
“Ellas me han escuchado tanto sobre lo que eran los cuidados que honestamente lo comprendieron muy bien desde el principio. Se mantuvieron durante muchos meses adentro y me ayudaron también a tomar conciencia en sus grupos”, afirma.
Así, la doctora recuerda: “Me escuchaban hablar, además de las horas dedicadas a la presencialidad, trabajaba en casa, como todos, con detección telefónica de los casos, había que llamar a los pacientes, informarles el diagnóstico Covid. Todo eso generaba angustia, lloraban en mi teléfono, pensaban que se tenían que despedir de los hijos, fue una carga emocional terrible”.
A su padre -que además tiene un problema pulmonar- recién volvió a verlo “para las fiestas”. “El está, sobre todo ahora, esperanzado con lograr un turno para la vacuna como tantas otras personas mayores. Fue obediente y se mantuvo durante muchos meses adentro mientras duró el ‘lock down'”, cuenta.
Los encuentros con él, aún hoy, resultan momentos “de tensión y emoción”. “Nos cuesta acercarnos, lo veo a mi padre pero todavía cuando lo veo no me saco el barbijo”, cuenta.
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